Me levanto de la siesta, me ordeno los pelos con los dedos y salgo a la calle. Ahí están ellos, nunca los imaginé tan rápidos. Eran dos, se mueven en parejas, rodean a la presa temerosa, la engañan con sonrisas y bromas.
Caminaron sonriendo hacia mi, invitandome con sus brazos abiertos a un abrazo, mientras en su mano se sacudía un papel.
Yo (dormida), intenté evadirlos, pero ellos me esperaban, entrenados en perseguir y cazar a los de mi tipo, los distraídos, los dormidos, los que vienen en Babia.
"¿Te queres unir a Greenpeace?" disparó ella, palabras filosas que cortaron mi piel, que me trajeron de vuelta a la dura realidad.
"JIPIS, malditos jipis, terroristas de la ecología. Antes muerta que una de ustedes, inadaptados, vayan a trabajar. Viva la propiedad privada" contra ataqué.
Mis palabras fueron puñales, demolieron su sonrisa, intentaron defenderse. No lo lograron.
Más adelante había otros dos cazando a una vieja que oyó mi sagaz defensa y se sumó a ella como taxista a la cola de ambulancia con sirena prendida. También vociferó contra los ecoterroristas.
¿Unirme a Grinpis? ¿Yo? NI LOCA.