lunes, 31 de marzo de 2014

Pesadilla: El jabalí

Y de repente un disparo. Cayó muerta la bestia bajo mi árbol. Las botas negras y pesadas de mi salvador patearon por seguridad el cádaver antes de ayudarme a bajar.

Sin intenciones de desistir el bicho topaba mi lenga haciendo volar astillas y marcando en el tronco sus colmillos.

Llevaba más de cuatro frías horas atrapada ahí arriba. Mi hirusto carcelario no se rendía. Mis manos ya estaban entumecidas y mi cuerpo había dejado de temblar para empezar a entumecerse.

"Vuelvo a la ciudad y me pongo a régimen" pensaba yo asustada mientras cruzaba los dedos parq que ese árbol enclenque resista mi peso y aquella extraña forma de tala.

Nunca lo oí llegar hasta que estuvo a pocos metros frente a mí. Mi grito pareció ser la señal de largada para su furiosa carrera, justo a donde yo estaba.

Alcancé a treparme a un árbol cercano, no tan alto como me hubiese gustado pero lo suficiente como para poner distancia entre él y yo.

Caminé y caminé. Caminé y caminé. No se cuanto caminé hasta llegar a ese bosque de lengas. Sentí que algo me asechaba: la soledad, haciéndome la romántica pensé.

Solo se oían mis pisadas en la tierra, el ruido de las ramas partirse bajo mis zapatos. Avanzaba con pasos lentos y constantes y el viento murmurando en mi oído.

Después de dos días de tormenta y encierro me armé de coraje, me calcé botas de goma, me enredé una bufanda en el cuello y bien abrigada salí bajo la lluvia a dar un agradable paseo.

La puta triste

En el barrio la conocían como "La puta triste", tal vez por la pintura de sus ojos siempre corrida caricaturizando su rostro en un llanto sin lágrimas.

Rondaba los treinta, lucía un antinatural pelirojo en el pelo, la boca desprolija pintada de un color rabioso y llamativo, las uñas largas y en composé con el rouge. Estaba entrada en carnes, sus pechos - que ella lucía orgullosa- colgaban flácidos como dos gastados filtros de café y sus muslos flameaban, enfundados en una brillante minifalda, como la más patriotica de las banderas.  Recorría las calles de la Paternal trepada en tacos aguja que no lograba dominar.

La puta triste, o también llamada I.F. ,era el punto de convergencia de todos los clichés conocidos: un pasado trágico y violento, una vida dura, una realidad decadente, una esperanza larga y sueños de una vida mejor junto a un principe salvador.

"¡Ahí va la puta triste! ¡Ahí va la trola que se quiere enamorar! " gritaba la gente del barrio al verla pasar revoleando la cartera.

Conoció muchas camas, muchos hoteles baratos e infinidad de hombres. En todos ellos buscaba a su amor. Desmadejada después del sexo, aún húmeda y transpirada, examinaba con ojo clínico a los aspirantes a Romeo mientras en encendía un cigarrillo.

En cada revolcada, abstraída totalmente y realizando mecanicamente las pantomimas del acto sexual, enumeraba en su mente uno por uno los requisitos del amante ideal, segura de que tarde o temprano el candidato perfecto iba a llegar.

¡Pobre tonta nuestra puta triste! ¡Solo se quiere enamorar!

Apareció entonces de la nada  O.R, cual gallardo caballero. Un joven de impecables modales , mirada dulce, manos suaves y lleno de palabras cordiales.

"¿Encontró el amor nuestra puta triste que está tan sonriente?" se preguntaban unos a otros los vecinos.
"Sigue haciendo la calle" acotaban los más pillos que venían de trasnochar. "No por mucho" refutaba ella sonriente y sacando pecho.

Desbordaba de amor I.F. . Hasta el sexo con O.R. encontraba placentero, no lo consideraba un trabajo más. En secreto como una gata lánguida y satisfecha se relamía por su caza,  al que se refería público como "Su amor".

Asiduo consumidor de los servicios de la mujer resultó el susodicho . Duramte meses requirió de sus servicios: Lunes, jueves y sábados. Ella, hornada y halagada por su preferecia, varios clientes rechazó, él era siempre su prioridad.

"Hoy me despido I..., me caso en unos días, se me acabó la farra" le anunció de la nada el principe encantador. ¿Acaso él no notaba que su azul derpente se aclaraba? ¿Solo ella lo veía?

Nuestra chica no entendía nada, en su pecho algo, tal vez el corazón, tal vez la esperanza, se partía.

"Pero O... yo te amo, vos me amas. ¿Cuántas veces me dijiste que nadie me igualaba? ¿Quién te sirve, quién te adora, como yo? Vos me ibas a salvar..." sollozaba desconcertada I.G.

Con los ojos desorbitados y una sonrisa propia de quien está seguro que no debe nada le contestó "Pero Querida, negocios son negocios, jamás te propuse amor. Fue literalmente un placer negociar con vos". Dicho esto se ciñó el cinturón y sin mirar a la mujer desnuda a la que dejaba atrás, se marchó.

"Vos me ibas a salvar de mi misma, de este infierno en el que vivo, yo confié, yo creí... yo creí mal... " llorisqueaba sola en la habitación.

¡Pobre tonta nuestra puta triste! Tantos años ejerciendo la más antigua de las profesiones y jamás aprendió que no se debe creer nunca en las promesas que se hacen en el colchón.

domingo, 30 de marzo de 2014

La siesta

Arrulla la siesta el viento,
Todos duermen con su arrorró.
Las hojas acompañan su soneto,
Ya amarillas le agregan color.

Veo el viento ya no invisible,
Bailar con los árboles y alrededor.
Hace frío, 
Busco en mi cama el abrigo acogedor.

Llegó la hora, mariposa intrusa;
De cerrar los ojos y descansar, 
Extraña visitante,
¿Vienes a mis sueños velar?

Cantan sugestivos los árboles, 
Cantan sus hojas con el viento
¡Llegó mi hora de soñar!



víctima vs victimario

Todos hemos sido alguna vez victimas y victimarios. Hemos herido y nos han herido infinitas veces. Asumimos un rol u otro con una facilidad asombrosa, muchas veces sin darnos cuenta de la mutación.

Lo que me asombra de este fenómeno es la facilidad de algunas personas para identificarse con un rol, para encarnarlo e incluso para disfrutarlo.

Cualquiera diría que entre asumir el papel del agresor y el agredido uno opta obviamente por el primero, por aquel donde se inflige el dolor más no se lo siente.Grande fue mi sorpresa al mirar, al observar cuanto más fácil es ser la víctima.

La víctima se ve a si misma como alguien siempre inocente, alguien a quien las circunstancias siempre le fueron adversas y no había nada que pudiese hacer contra ello. Su destino, el fracaso, estaba escrito desde antes.

La víctima suele tener una falta de amor propio pero compensado por un exceso de lástima por uno mismo y excusas que brotan de sus labios como flores en primavera. Siempre hay una falencia personal que justifica las cosas, se suplen los errores con una excusas y con palabras cargadas de arrepentimiento y buenas intenciones.

He llegado a la conclusión que ser víctima es por sobre todas las cosas un papel cómodo y fácil de representar: todos están en su contra, nada le sale bien aunque lo intento, soy bueno y a pesar de eso todos me tratan mal.

¿Por qué es cómodo? Porque no requiere esfuerzo, no busca jamás la autosuperación, el perfeccionamiento o el crecimiento personal. Solo busca mantener el estado inicial.

¿Por qué es fácil? Porque jamás algo es culpa suya, todo es siempre responsabilidad de un tercero, nunca va a tener que hacerse cargo de las consecuencias. Jamás se hace cargo de sus errores o toma las riendas de su propia vida de forma consciente - elegir no hacer también es una forma de hacer- pero, según mi modo de ver, esta falta de madurez para asumir las responsabilidades implica también una renuncia a los méritos propios.

Uno no puede renunciar a lo malo y aceptar los méritos solo por lo bueno por ende, la víctima elige renunciar a ambas cosas por una cuestión de confort.

Finalmente la víctima se vuelve una persona amargada, incapaz de disfrutar de las cosas buenas de la vida - no las merece-, insatisfecha y llena de rencor hacia uno mismo y el mundo.

Concluyo entonces con una idea simple: no hay peor victimario que uno mismo, no agresión más terrible que ahogarse en un vaso de agua y no hay mentalidad más agresiva que la que busca el confort de forma infantil.

Pesadillas: los furtivos

El viento entre los álamos escondió su llegada, la oscuridad era más espesa esa noche de lluvia, más tétrica.

Solo los aullidos de los perros en el galpón delataban alguna anomalía. De repente se silenciaron; por las ventanas se oyeron gritos de varios hombres y se vialumbraron las luces de una camioneta.

El hombre de la casa, alertado del peligro,  corrió a asegurar las endebles puertas, despertó a las mujeres mientras les ordenaba a los gritos que se pongan zapatos y algún abrigo. Sus instrucciones sonaban desesperadas y reforzadas por el 'clic clic' de la escopeta mientras la cargaba.

Los rugidos de los intrusos sonaban ahora más fuertes, reventaban botellas contra las paredes y proferían amenazas de incendios y muerte .

'Clic clic' la escopeta.

Se oyó la puerta de entrada partirse; los vándalos entraron en una formando una única manada. Revisaron la casa pero no hallaron a nadie. La familia que la habitaba había huído.

Metieron la porcelana y la platería en bolsas, arrancaron la araña de cristal del techo y revolvieron los cuartos. Cuando se aseguraron de tener todo lo de valor,  fueron a la cocina, grande fue el desencanto al encontrar solo comida de dieta en la heladera.

Mientras tanto, la familia ayudada por la negrura de la medianoche corrió a refugiarse al galpón. Horrorizados encontraron a la peonada y la jauría salvajemente degollados, una mirada trágica y falta de entendimiento dominaban sus caras. Una escena macabra alfombrada de una cosa viscosa y roja: sangre.

Desde ahí vieron arder la casa y oyeron los gritos de los malechores que volvían. Iban a vaciar también los galpones y quemar todo para tapar sus huellas. Los cuatro debían huir.

A los tropezones empezaron la fuga, avanzaban en una boca de lobo sin ver donde pisaban, tragándose las quejas, intentando ser silenciosos para no atraer la atención de los salvajes.

Avanzaron un kilometro, dos, tres, sin un rumbo fijo, solo intentando poner distancia entre ellos y los agresores.

La policía, los bomberos y guardaparques observaban atónitos la casa quemada.Había ardido hasta sus cimientos,  no encontraron a nadie adentro, había esperanzas para los dueños más no para la peones cuyos restos calcinados ya habían encontrado.

Organizaron patrullas de búsqueda hasta que por fin los encontraron,  los cuatro unidos en un abrazo helado. El frío de la noche y el miedo consiguieron lo que aquellos furtivos no habían logrado.

Pesadillas: Azucena

Todas las mañanas Memé salía a la galería a que el viento frío de la Patagonia la despabile, despues de cinco eternos minutos de autocompasión y alegando hipotermia se refugiaba en el calor de la cocina con un café humeante y de aroma picante.

Mientras bebía la infusión caliente miraba por la ventana el lugar del cual había huído y quince metros más allá Azucena, la ternera guacha, le devolvía la  mirada de manera furtiva y de refilón.

Con el cuerpo aclimatado y la cabeza despejada se acercaba Memé al alambrado a darle peras silvestres a la vaca. Esta estiraba su lengua negra y áspera para envolver la fruta, introducirla en su boca y aplastarla contra sus muelas. "Susy" como la apodaban, brindaba un espectáculo entre cómico y grotesco a quien quisiera verla comer.

Había sido un año cruel para el campo, la ceniza había matado ganado y plantas. La comida era escasa y el hambre una constante puntada en las tripas.

Nunca sospechó la mujer, jamás lo pensó. ¿A quién se le habría ocurrido?

Era una mañana de Marzo como cualquier otra cuando al acercarse al alambrado Memé notó que no había fruta para darle al animal por lo que entró al corral para ver si en los árboles del fondo quedaba algo para darle.

Sintió primero un topetazo suave seguido de un lengüetazo amable en su mano, como el de una mascota. Le habló con suavidad para apaciguar la ansiedad de la bestia pero sorpesivamente recibió en respuesta otra embestida, y otra, y otra. Se asustó e intentó huir de la furia de la vaca, trató de llegar a la tranquera pero no lo logró.

Un golpe certero en la cadera la dejó en el piso, asustada, pensando en huesos rotos, férulas y conmociones cerebrales. Cerró los ojos esperando el inminente dolor pero en su lugar sintió la babosa lengua del animal. Conmocionada y sin entender lo que pasaba abrió los ojos. Un gesto que lamentó acto seguido cuando vio la gran boca abierta de Azucena cerrarse en su cara, fue ahí cuando entendió lo que pasaba.

Transcurrieron muchos días antes de que alguien notara la ausencia de Memé, la vida en la estancia suele ser algo desolada.

Se organizaron cuadrillas de búsqueda y rastreo pero la nada misma encontraban. Al cabo de unos meses, cuando la misión ya menguaba, un peón descubrió semienrerrado en el corral un fémur humano.

Parecía que al hueso lo hubiesen masticado. Después de un gran debate médicos, policias y judiciales "Muerte accidental y cosa de animales", en el expediente asentaron

Más a la verdad nunca se acercaron: La naturaleza evoluciona de manera implacable, el hambre es una urgencia y la vaca resultó canibal.

Ideas

Me torturan las ideas que no puedo ordenar. Los pensamientos que no logro hilvanar, la música de las palabras que no logro transformar en canción.

Tengo en mi mente una colección de frases sin parangón que me atosigan, que dan vueltas y vueltas en mi mente buscando un hilo conductor, un principio y un fin, que les permitan fluir.

¡Qué difícil es para algunos, para los que vivimos en palabras, encontrar la forma exacta!