domingo, 30 de marzo de 2014

Pesadillas: los furtivos

El viento entre los álamos escondió su llegada, la oscuridad era más espesa esa noche de lluvia, más tétrica.

Solo los aullidos de los perros en el galpón delataban alguna anomalía. De repente se silenciaron; por las ventanas se oyeron gritos de varios hombres y se vialumbraron las luces de una camioneta.

El hombre de la casa, alertado del peligro,  corrió a asegurar las endebles puertas, despertó a las mujeres mientras les ordenaba a los gritos que se pongan zapatos y algún abrigo. Sus instrucciones sonaban desesperadas y reforzadas por el 'clic clic' de la escopeta mientras la cargaba.

Los rugidos de los intrusos sonaban ahora más fuertes, reventaban botellas contra las paredes y proferían amenazas de incendios y muerte .

'Clic clic' la escopeta.

Se oyó la puerta de entrada partirse; los vándalos entraron en una formando una única manada. Revisaron la casa pero no hallaron a nadie. La familia que la habitaba había huído.

Metieron la porcelana y la platería en bolsas, arrancaron la araña de cristal del techo y revolvieron los cuartos. Cuando se aseguraron de tener todo lo de valor,  fueron a la cocina, grande fue el desencanto al encontrar solo comida de dieta en la heladera.

Mientras tanto, la familia ayudada por la negrura de la medianoche corrió a refugiarse al galpón. Horrorizados encontraron a la peonada y la jauría salvajemente degollados, una mirada trágica y falta de entendimiento dominaban sus caras. Una escena macabra alfombrada de una cosa viscosa y roja: sangre.

Desde ahí vieron arder la casa y oyeron los gritos de los malechores que volvían. Iban a vaciar también los galpones y quemar todo para tapar sus huellas. Los cuatro debían huir.

A los tropezones empezaron la fuga, avanzaban en una boca de lobo sin ver donde pisaban, tragándose las quejas, intentando ser silenciosos para no atraer la atención de los salvajes.

Avanzaron un kilometro, dos, tres, sin un rumbo fijo, solo intentando poner distancia entre ellos y los agresores.

La policía, los bomberos y guardaparques observaban atónitos la casa quemada.Había ardido hasta sus cimientos,  no encontraron a nadie adentro, había esperanzas para los dueños más no para la peones cuyos restos calcinados ya habían encontrado.

Organizaron patrullas de búsqueda hasta que por fin los encontraron,  los cuatro unidos en un abrazo helado. El frío de la noche y el miedo consiguieron lo que aquellos furtivos no habían logrado.

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