lunes, 31 de marzo de 2014

La puta triste

En el barrio la conocían como "La puta triste", tal vez por la pintura de sus ojos siempre corrida caricaturizando su rostro en un llanto sin lágrimas.

Rondaba los treinta, lucía un antinatural pelirojo en el pelo, la boca desprolija pintada de un color rabioso y llamativo, las uñas largas y en composé con el rouge. Estaba entrada en carnes, sus pechos - que ella lucía orgullosa- colgaban flácidos como dos gastados filtros de café y sus muslos flameaban, enfundados en una brillante minifalda, como la más patriotica de las banderas.  Recorría las calles de la Paternal trepada en tacos aguja que no lograba dominar.

La puta triste, o también llamada I.F. ,era el punto de convergencia de todos los clichés conocidos: un pasado trágico y violento, una vida dura, una realidad decadente, una esperanza larga y sueños de una vida mejor junto a un principe salvador.

"¡Ahí va la puta triste! ¡Ahí va la trola que se quiere enamorar! " gritaba la gente del barrio al verla pasar revoleando la cartera.

Conoció muchas camas, muchos hoteles baratos e infinidad de hombres. En todos ellos buscaba a su amor. Desmadejada después del sexo, aún húmeda y transpirada, examinaba con ojo clínico a los aspirantes a Romeo mientras en encendía un cigarrillo.

En cada revolcada, abstraída totalmente y realizando mecanicamente las pantomimas del acto sexual, enumeraba en su mente uno por uno los requisitos del amante ideal, segura de que tarde o temprano el candidato perfecto iba a llegar.

¡Pobre tonta nuestra puta triste! ¡Solo se quiere enamorar!

Apareció entonces de la nada  O.R, cual gallardo caballero. Un joven de impecables modales , mirada dulce, manos suaves y lleno de palabras cordiales.

"¿Encontró el amor nuestra puta triste que está tan sonriente?" se preguntaban unos a otros los vecinos.
"Sigue haciendo la calle" acotaban los más pillos que venían de trasnochar. "No por mucho" refutaba ella sonriente y sacando pecho.

Desbordaba de amor I.F. . Hasta el sexo con O.R. encontraba placentero, no lo consideraba un trabajo más. En secreto como una gata lánguida y satisfecha se relamía por su caza,  al que se refería público como "Su amor".

Asiduo consumidor de los servicios de la mujer resultó el susodicho . Duramte meses requirió de sus servicios: Lunes, jueves y sábados. Ella, hornada y halagada por su preferecia, varios clientes rechazó, él era siempre su prioridad.

"Hoy me despido I..., me caso en unos días, se me acabó la farra" le anunció de la nada el principe encantador. ¿Acaso él no notaba que su azul derpente se aclaraba? ¿Solo ella lo veía?

Nuestra chica no entendía nada, en su pecho algo, tal vez el corazón, tal vez la esperanza, se partía.

"Pero O... yo te amo, vos me amas. ¿Cuántas veces me dijiste que nadie me igualaba? ¿Quién te sirve, quién te adora, como yo? Vos me ibas a salvar..." sollozaba desconcertada I.G.

Con los ojos desorbitados y una sonrisa propia de quien está seguro que no debe nada le contestó "Pero Querida, negocios son negocios, jamás te propuse amor. Fue literalmente un placer negociar con vos". Dicho esto se ciñó el cinturón y sin mirar a la mujer desnuda a la que dejaba atrás, se marchó.

"Vos me ibas a salvar de mi misma, de este infierno en el que vivo, yo confié, yo creí... yo creí mal... " llorisqueaba sola en la habitación.

¡Pobre tonta nuestra puta triste! Tantos años ejerciendo la más antigua de las profesiones y jamás aprendió que no se debe creer nunca en las promesas que se hacen en el colchón.

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