martes, 11 de noviembre de 2014
Alquimia
martes, 24 de junio de 2014
Autopsia
lunes, 31 de marzo de 2014
Pesadilla: El jabalí
La puta triste
En el barrio la conocían como "La puta triste", tal vez por la pintura de sus ojos siempre corrida caricaturizando su rostro en un llanto sin lágrimas.
Rondaba los treinta, lucía un antinatural pelirojo en el pelo, la boca desprolija pintada de un color rabioso y llamativo, las uñas largas y en composé con el rouge. Estaba entrada en carnes, sus pechos - que ella lucía orgullosa- colgaban flácidos como dos gastados filtros de café y sus muslos flameaban, enfundados en una brillante minifalda, como la más patriotica de las banderas. Recorría las calles de la Paternal trepada en tacos aguja que no lograba dominar.
La puta triste, o también llamada I.F. ,era el punto de convergencia de todos los clichés conocidos: un pasado trágico y violento, una vida dura, una realidad decadente, una esperanza larga y sueños de una vida mejor junto a un principe salvador.
"¡Ahí va la puta triste! ¡Ahí va la trola que se quiere enamorar! " gritaba la gente del barrio al verla pasar revoleando la cartera.
Conoció muchas camas, muchos hoteles baratos e infinidad de hombres. En todos ellos buscaba a su amor. Desmadejada después del sexo, aún húmeda y transpirada, examinaba con ojo clínico a los aspirantes a Romeo mientras en encendía un cigarrillo.
En cada revolcada, abstraída totalmente y realizando mecanicamente las pantomimas del acto sexual, enumeraba en su mente uno por uno los requisitos del amante ideal, segura de que tarde o temprano el candidato perfecto iba a llegar.
¡Pobre tonta nuestra puta triste! ¡Solo se quiere enamorar!
Apareció entonces de la nada O.R, cual gallardo caballero. Un joven de impecables modales , mirada dulce, manos suaves y lleno de palabras cordiales.
"¿Encontró el amor nuestra puta triste que está tan sonriente?" se preguntaban unos a otros los vecinos.
"Sigue haciendo la calle" acotaban los más pillos que venían de trasnochar. "No por mucho" refutaba ella sonriente y sacando pecho.
Desbordaba de amor I.F. . Hasta el sexo con O.R. encontraba placentero, no lo consideraba un trabajo más. En secreto como una gata lánguida y satisfecha se relamía por su caza, al que se refería público como "Su amor".
Asiduo consumidor de los servicios de la mujer resultó el susodicho . Duramte meses requirió de sus servicios: Lunes, jueves y sábados. Ella, hornada y halagada por su preferecia, varios clientes rechazó, él era siempre su prioridad.
"Hoy me despido I..., me caso en unos días, se me acabó la farra" le anunció de la nada el principe encantador. ¿Acaso él no notaba que su azul derpente se aclaraba? ¿Solo ella lo veía?
Nuestra chica no entendía nada, en su pecho algo, tal vez el corazón, tal vez la esperanza, se partía.
"Pero O... yo te amo, vos me amas. ¿Cuántas veces me dijiste que nadie me igualaba? ¿Quién te sirve, quién te adora, como yo? Vos me ibas a salvar..." sollozaba desconcertada I.G.
Con los ojos desorbitados y una sonrisa propia de quien está seguro que no debe nada le contestó "Pero Querida, negocios son negocios, jamás te propuse amor. Fue literalmente un placer negociar con vos". Dicho esto se ciñó el cinturón y sin mirar a la mujer desnuda a la que dejaba atrás, se marchó.
"Vos me ibas a salvar de mi misma, de este infierno en el que vivo, yo confié, yo creí... yo creí mal... " llorisqueaba sola en la habitación.
¡Pobre tonta nuestra puta triste! Tantos años ejerciendo la más antigua de las profesiones y jamás aprendió que no se debe creer nunca en las promesas que se hacen en el colchón.
domingo, 30 de marzo de 2014
La siesta
víctima vs victimario
Pesadillas: los furtivos
El viento entre los álamos escondió su llegada, la oscuridad era más espesa esa noche de lluvia, más tétrica.
Solo los aullidos de los perros en el galpón delataban alguna anomalía. De repente se silenciaron; por las ventanas se oyeron gritos de varios hombres y se vialumbraron las luces de una camioneta.
El hombre de la casa, alertado del peligro, corrió a asegurar las endebles puertas, despertó a las mujeres mientras les ordenaba a los gritos que se pongan zapatos y algún abrigo. Sus instrucciones sonaban desesperadas y reforzadas por el 'clic clic' de la escopeta mientras la cargaba.
Los rugidos de los intrusos sonaban ahora más fuertes, reventaban botellas contra las paredes y proferían amenazas de incendios y muerte .
'Clic clic' la escopeta.
Se oyó la puerta de entrada partirse; los vándalos entraron en una formando una única manada. Revisaron la casa pero no hallaron a nadie. La familia que la habitaba había huído.
Metieron la porcelana y la platería en bolsas, arrancaron la araña de cristal del techo y revolvieron los cuartos. Cuando se aseguraron de tener todo lo de valor, fueron a la cocina, grande fue el desencanto al encontrar solo comida de dieta en la heladera.
Mientras tanto, la familia ayudada por la negrura de la medianoche corrió a refugiarse al galpón. Horrorizados encontraron a la peonada y la jauría salvajemente degollados, una mirada trágica y falta de entendimiento dominaban sus caras. Una escena macabra alfombrada de una cosa viscosa y roja: sangre.
Desde ahí vieron arder la casa y oyeron los gritos de los malechores que volvían. Iban a vaciar también los galpones y quemar todo para tapar sus huellas. Los cuatro debían huir.
A los tropezones empezaron la fuga, avanzaban en una boca de lobo sin ver donde pisaban, tragándose las quejas, intentando ser silenciosos para no atraer la atención de los salvajes.
Avanzaron un kilometro, dos, tres, sin un rumbo fijo, solo intentando poner distancia entre ellos y los agresores.
La policía, los bomberos y guardaparques observaban atónitos la casa quemada.Había ardido hasta sus cimientos, no encontraron a nadie adentro, había esperanzas para los dueños más no para la peones cuyos restos calcinados ya habían encontrado.
Organizaron patrullas de búsqueda hasta que por fin los encontraron, los cuatro unidos en un abrazo helado. El frío de la noche y el miedo consiguieron lo que aquellos furtivos no habían logrado.
Pesadillas: Azucena
Todas las mañanas Memé salía a la galería a que el viento frío de la Patagonia la despabile, despues de cinco eternos minutos de autocompasión y alegando hipotermia se refugiaba en el calor de la cocina con un café humeante y de aroma picante.
Mientras bebía la infusión caliente miraba por la ventana el lugar del cual había huído y quince metros más allá Azucena, la ternera guacha, le devolvía la mirada de manera furtiva y de refilón.
Con el cuerpo aclimatado y la cabeza despejada se acercaba Memé al alambrado a darle peras silvestres a la vaca. Esta estiraba su lengua negra y áspera para envolver la fruta, introducirla en su boca y aplastarla contra sus muelas. "Susy" como la apodaban, brindaba un espectáculo entre cómico y grotesco a quien quisiera verla comer.
Había sido un año cruel para el campo, la ceniza había matado ganado y plantas. La comida era escasa y el hambre una constante puntada en las tripas.
Nunca sospechó la mujer, jamás lo pensó. ¿A quién se le habría ocurrido?
Era una mañana de Marzo como cualquier otra cuando al acercarse al alambrado Memé notó que no había fruta para darle al animal por lo que entró al corral para ver si en los árboles del fondo quedaba algo para darle.
Sintió primero un topetazo suave seguido de un lengüetazo amable en su mano, como el de una mascota. Le habló con suavidad para apaciguar la ansiedad de la bestia pero sorpesivamente recibió en respuesta otra embestida, y otra, y otra. Se asustó e intentó huir de la furia de la vaca, trató de llegar a la tranquera pero no lo logró.
Un golpe certero en la cadera la dejó en el piso, asustada, pensando en huesos rotos, férulas y conmociones cerebrales. Cerró los ojos esperando el inminente dolor pero en su lugar sintió la babosa lengua del animal. Conmocionada y sin entender lo que pasaba abrió los ojos. Un gesto que lamentó acto seguido cuando vio la gran boca abierta de Azucena cerrarse en su cara, fue ahí cuando entendió lo que pasaba.
Transcurrieron muchos días antes de que alguien notara la ausencia de Memé, la vida en la estancia suele ser algo desolada.
Se organizaron cuadrillas de búsqueda y rastreo pero la nada misma encontraban. Al cabo de unos meses, cuando la misión ya menguaba, un peón descubrió semienrerrado en el corral un fémur humano.
Parecía que al hueso lo hubiesen masticado. Después de un gran debate médicos, policias y judiciales "Muerte accidental y cosa de animales", en el expediente asentaron
Más a la verdad nunca se acercaron: La naturaleza evoluciona de manera implacable, el hambre es una urgencia y la vaca resultó canibal.
Ideas
Me torturan las ideas que no puedo ordenar. Los pensamientos que no logro hilvanar, la música de las palabras que no logro transformar en canción.
Tengo en mi mente una colección de frases sin parangón que me atosigan, que dan vueltas y vueltas en mi mente buscando un hilo conductor, un principio y un fin, que les permitan fluir.
¡Qué difícil es para algunos, para los que vivimos en palabras, encontrar la forma exacta!
lunes, 10 de febrero de 2014
Despojada
Desnuda, despojada de ropa y de pudores me examino: juego a unir lunares, acaricio viejas cicatrices, rastreo en mi mente el origen de ciertos moretones y cuento mis estrías.
Me acerco rídiculamente al espejo empañandolo al respirar. Investigo mis ojos; oscuros, café. Profundos surcos morados los enmarcan, las pestañas son cortas y frágiles, carentes de toda gracia.
Así, a tan corta distancia, noto que tengo líneas en mi frente y al costado de mi boca, todas ellas producto de una expresión seria y un tanto ausente.
Mi boca es pequeña y simétrica, bien formada y de un tono claro. Suave y rigída diría yo.
La piel es blanca, parece porcelana. Venas azules se translucen bajo su superficie dibujando un complejo y frío mapa sin norte ni sur, sin tesoro o recompensa.
Me recorro, con la vista y con las manos, atónita de no encontrar cicatrices físicas que acompañen las emocionales.
Me desarmé y me volví a armar. Molieron cada uno de mis huesos hasta hacerlos polvo, o al menos así se sintió y me desangré en penas ¿Cómo no se nota?
Miro, miro, me miro...
Mis pupilas quizás hoy son más grandes y con menos brillo, mi mandibula tal vez luce un poco más tensa, mi sonrisa es fugaz, mi risa es aguda (casi histérica) y frugal.
Miro, miro, me miro...
No son marcas, son detalles. Buscaba grandes cortes, grandes síntomas del doloroso cambio interior. En vez los encontré pequeños y escondidos a simple vista, todos ellos sin ton ni son. Evidentemente el dolor deja rastro pero no huella, marca pero no signa.
Miro, miro, me miro...
Se vuelve todo muy claro, al final solo se ve lo que uno quiere mostrar.