lunes, 10 de febrero de 2014

Despojada

Desnuda, despojada de ropa y de pudores me examino: juego a unir lunares, acaricio viejas cicatrices, rastreo en mi mente el origen de ciertos moretones y cuento mis estrías.

Me acerco rídiculamente al espejo empañandolo al respirar. Investigo mis ojos; oscuros, café. Profundos surcos morados los enmarcan, las pestañas son cortas y frágiles, carentes de toda gracia.

Así, a tan corta distancia, noto que tengo líneas en mi frente y al costado de mi boca, todas ellas producto de una expresión seria y un tanto ausente.

Mi boca es pequeña y simétrica, bien formada y de un tono claro. Suave y rigída diría yo.

La piel es blanca, parece porcelana. Venas azules se translucen bajo su superficie dibujando un complejo y frío mapa sin norte ni sur, sin tesoro o recompensa.

Me recorro, con la vista y  con las manos, atónita de no encontrar cicatrices físicas que acompañen las emocionales.

Me desarmé y me volví a armar. Molieron cada uno de mis huesos hasta hacerlos polvo, o al menos así se sintió y me desangré en penas ¿Cómo no se nota?

Miro, miro, me miro...

Mis pupilas quizás hoy son más grandes y con menos brillo, mi mandibula tal vez luce un poco más tensa, mi sonrisa es fugaz, mi risa es aguda (casi histérica) y frugal.

Miro, miro, me miro...

No son marcas, son detalles. Buscaba grandes cortes, grandes síntomas del doloroso cambio interior. En vez los encontré pequeños y escondidos a simple vista, todos ellos sin ton ni son. Evidentemente el dolor deja rastro pero no huella, marca pero no signa.

Miro, miro, me miro...

Se vuelve todo muy claro, al final solo se ve lo que uno quiere mostrar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario