viernes, 31 de mayo de 2013

Sórdida

Se levantó del piso frío del baño, se abrazó al inodoro y vomitó. Sangre. Recordaba haber visto sangre en su vómito antes, anoche, en algún momento. Miró el celular tirado en el piso, había un mensaje nuevo "¿Te fuiste con él? ¿Cuándo nos separamos? Tengo todo borrado"

Se había subido al taxi en algún momento, no se acordaba la hora, un guardia de seguridad de una casa de comidas rápidas la había acompañado a tomarlo por pedido de ella. "Conseguime un taxi por favor, uno donde el chófer tenga cara de tipo honesto que no estoy bien.".  "Llévame lo más cerca que pueda de esta dirección, no tengo mucho efectivo encima" le dijo al conductor. El taxista estaba asustado, ella estaba muy borracha y se dormía contra el vidrio, se levantaba  y lloraba "Por favor, señor, no me haga nada, solo quiero ir a mi casa". Él con su exótico acento le aseguraba que nada le iba a pasar, el la iba a cuidar y llevar sana y salva. Frenaron varias veces en el camino a que ella vomite. Sangre, ahí había visto la sangre antes, había vomitado mucho.

Llegaron al local de hamburguesas después de haber recorrido calle Florida. Uno de los tres caminaba rápido, estaba apurado y los dejó atrás en un santiamén. Ella y el pelado iban lento, la rubia frenó a hablar con la policía. Insistía en  armar una orgía  y quería invitar a la Metropolitana. Interrogó a los uniformados hasta hacerlos sonrojar, no dejó tema sin tocar. Los oficiales se reían y contestaban con paciencia y pudor sus preguntas. El pelado se reía, por momentos incómodo, mientras exclamaba "Esto no puede estar pasando, esto es una puta película, ¿En que me he metido?". La mujer lo miraba suave, riéndose y lo calmaba asegurándole que todo iba a estar bien, que ella sabía lo que hacía.

Siguieron caminando y se encontraron con el Oficial Hernán Fernandez que les aseguró que la más gauchita de todas las oficiales era Silvina pero que no estaba seguro si ella se prestaría para eso pero les afirmó que contaban con él. Adentro del fast-food  los esperaba el tercero, medio malhumorado por la demora. El pelado se fue a comprar unas hamburguesas, la rubia se sentó al lado de el gruñon, la agarró del pelo, cerca del cuero cabelludo, arrimó su boca a la suya, después a su oído y le susurró "Mi problema es que me gusta golpear a las mujeres" y le dio un beso, le cogió la boca con su lengua y la soltó. Ella se levantó de la mesa y salió del local de la mano de un viejo guardia de seguridad.

Habían salido del bar, cerca de Plaza San Martín,  borrachos, apurados. Habían quedado con el Peruano de encontrarse en Callao y Corrientes para comprar cocaína. Un rato antes los dos hombres habían estado rememorando como se conocieron en una compra de drogas, los detalles y el alcohol abundaban. Vodka, martini, vodka, cerveza.  Ellos hacían memoria, ella se reía. Eran un trío raro, desordenado, desprolijo, no tenían nada que ver uno con el otro, no se parecían. La charla era distendida, versátil. El alcohol era bueno, puro, fuerte. No se conocían en lo absoluto, uno le tocaba la espalda. El otro se apoyaba en su pecho, los dos le daban alcohol. Américo, el barman, no dejaba que sus vasos se vaciasen. Antes de irse ella le sonrió y le dijo "Si aparezco muerta, fueron ellos".

Ella entró al bar sin saber con que se iba a encontrar, ellos la esperaban sin saber que iba a llegar. Estaban en la barra, sentados los dos, comiendo algo, tomando. Caminó directo hacia ellos y muy sonriente los saludó.








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