lunes, 28 de marzo de 2016

Rucula

Se me inundó la casa, tuve que cambiar literalmente las pantuflas por botas de goma.
El gato, en el susto... bueno, no voy a contar lo que hizo el gato.
Me lavé los dientes en la pileta de la cocina.
Encontrar zapatos secos fue una proeza.
No desayuné.
Cuando llegaba a la esquina de las Heras pasaron tres 93 juntos. No uno, no dos... TRES.
Esperé, esperé y esperé.
Llegó uno, viajé apretada, con calor, todavía de malhumor, me duele el cuello, creo que dormí torcida por el disgusto del baño.
Caminé una cuadra, los del ministerio de desarrollo limpiaron los vidrios y sacaron los carteles anti imperialismo que estaban hasta hace unos días.
Entré a un negocio, pedí un licuado de rúcula, espinaca y lima.
Lo empezó a hacer delante mío, no pude evitar notar la prolijidad de las manos, la delicadeza con la que se movían, la forma de las uñas cortas e impecables, la fluidez de los movimientos, la rapidez para prepararlo y todo lo demás pasó a segundo plano...
Que se yo, a lo mejor el día no está tan condenado a ser trágico y gris como yo esperaba...

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